En general todas las irregularidades de la superficie de la sala actúan como difusores en ciertas frecuencias. Cuanto más pronunciadas sean las irregularidades, más baja serán las frecuencias sobre las que empezarán a ser efectivas. Las paredes irregulares de ladrillo por ejemplo, dispersan frecuencias altas y medias en diferentes direcciones de la sala. Pero la dispersión en estas estructuras es poco previsible.
El físico alemán Manfred Schröder desarrolló difusores calculables matemáticamente, que fueron comercializados en el mercado inicialmente por la firma americana RPG Inc. Matemáticamente los más populares de estos difusores se basan en series de residuos cuadráticos, y por eso se denominan en inglés Quadratic Residue Diffusor (QRD-Diffusor). En cuanto a su construcción, se trata de una estructura de surcos con anchos y profundidades definidos matemáticamente, que quedan acotados entre finas paredes de separación. Los difusores QRD pueden actuar en una o dos direcciones en la sala, distinguiéndose así en difusores unidimensionales y bidimensionales. Los difusores unidimensionales dispersan el sonido solo en el plano transversal a los surcos. A lo largo de los surcos estos difusores se comportan como una pared lisa. Los difusores bidimensionales por el contrario dispersan el sonido en los planos horizontal y vertical por igual.
Los difusores QRD tienen numerosas ventajas:
En qué rango de frecuencia es efectivo el difusor, es algo que se puede determinar dependiendo de la profundidad y el ancho de los surcos. Como norma general podemos regirnos por lo siguiente:
La efectividad no se corta de golpe en los límites superior e inferior. Podemos suponer que hay efectividad de dispersión una octava por encima de cada uno de estos límites, que no obstante dejaría de ser tan regular. Con los difusores QRD es necesaria una mínima distancia de separación del micrófono o del punto de escucha. Esta distancia debe equivaler al menos a seis veces la profundidad del difusor para evitar coloraciones por el mismo difusor.